Los síntomas más comunes son el dolor y la rigidez de cuello, la limitación de movilidad (girar, inclinar), la cefalea occipital, el dolor escapular o hacia los hombros, y la hipersensibilidad muscular. A veces se añaden mareos, sensación de inestabilidad, hormigueos o entumecimiento en los brazos, tinnitus (zumbidos), visión borrosa o fatiga. No todos los síntomas aparecen a la vez, y algunos surgen 24–48 h después del impacto, lo cual es esperable.
¿Cuánto duran?
Días 1–7: dolor y rigidez más intensos; conviene mantener la actividad dentro de lo tolerable y empezar movimientos suaves.
Semanas 2–4: suele mejorar el rango de movimiento y disminuye el dolor si seguimos un plan activo.
Semanas 4–8: la mayoría vuelve a su actividad normal; si persisten molestias, ajustamos ejercicios de control motor y fuerza cervico-escapular.
Más de 8–12 semanas: revisamos factores mantenedores (posturas, estrés, sueño, expectativas) y potenciamos el entrenamiento progresivo.
Señales que empeoran el pronóstico inicial —y que atendemos con más mimo— son: el dolor muy elevado en los primeros días, la movilidad muy limitada o el dolor irradiado al brazo. Nada de esto significa “daño grave”, solo que necesitaremos un seguimiento más cercano.