El inicio suele ser brusco: dolor intenso, deformidad visible, impotencia funcional para levantar el brazo y, a veces, hormigueo o “corriente” hacia el brazo por irritación del nervio axilar. Tras la reducción, es común notar inflamación, sensación de inestabilidad y aprehensión (miedo al movimiento, sobre todo con el brazo separado y rotado hacia fuera). En personas mayores, debemos vigilar el manguito rotador (posibles roturas asociadas); en jóvenes deportistas, el foco pasa a la estabilidad del labrum y la cápsula.